sábado, 13 de febrero de 2010

Hoy como nunca.


Hoy como nunca, me enamoras y me entristeces;

si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave

nuestras dos lobregueces.



Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida;

pero ya tu garganta solo es una sufrida

blancura, que se asfixia bajo toses y toses,

y toda tu una epístola de rasgos moribundos

colmada de dramáticos adioses.



Hoy, como nunca, es venerable tu esencia

y quebradizo el vaso de tu cuerpo,

y solo puedes darme la exquisita dolencia

de un reloj de agonías, cuyo tic tac nos marca

el minuto de hielo en que los pies que amamos

han de pisar el hielo de la fúnebre barca.



Yo estoy en la ribera y te miro embarcarte:

huyes por el río sordo, y en mi alma destilas

el clima de esas tardes de ventisca y de polvo

en las que doblan solas las esquilas.



Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño

de ánimas de iglesia siempre menesterosa;

esa un paño de ánimas goteado de cera,

hollado y roto por la grey astrosa.



No soy más que una nave de parroquia en penuria,

nave en que se celebran eternos funerales,

porque una lluvia terca no permite

sacar el ataúd a las calles rurales.



Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor

cavernoso y creciente de un salmista;

mi conciencia, mojada por el hisopo, es un

ciprés que en una huerta conventual se contrista.



Ya mi lluvia es diluvio, y no miraré el rayo

del sol sobre mi arca, porque ha de quedar roto

mi corazón la noche cuadragésima;

no guardan mis pupilas ni un matiz remoto

de la lumbre solar que tostó mis espigas;

mi vida es solo una prolongación de exequias

bajo las cataratas enemigas.
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RAMÓN LÓPEZ VELARDE

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