jueves, 30 de diciembre de 2010

Nada hay más perfecto que el amor.


Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como el bronce que resuena o campana que retiñe.
Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios –el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy.
Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve.
El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo.
No se alegra de lo injusto, sino que se goza de la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo.
El amor nunca pasará. Las profecías perderán su razón de ser, callarán las lenguas y ya no servirá el saber más elevado. Porque este saber queda muy imperfecto, y nuestras profecías también son algo muy limitado; y cuando llegue lo perfecto, lo que es limitado desaparecerá (1-Corintios, 13, 1-10).

No hay comentarios: